La empresa 1X lanza el primer androide doméstico comercial por 20 mil dólares, pero hay un detalle incómodo: alguien lo controla desde lejos mientras observa tu hogar
Imagina despertar en 2026 y encontrar a NEO doblando tu ropa en la sala. Este robot humanoide de metro sesenta y ocho, con su apariencia amigable y sus movimientos casi humanos, promete revolucionar las tareas domésticas. Pero antes de que firmes el cheque de veinte mil dólares, hay algo que debes saber: ese androide que organiza tu closet podría estar siendo controlado por alguien sentado frente a una computadora a miles de kilómetros de distancia, viendo cada rincón de tu hogar a través de realidad virtual.
La empresa 1X acaba de sacudir el mercado tecnológico con el anuncio de NEO, el primer robot humanoide diseñado específicamente para el trabajo doméstico que llegará a los hogares del mundo. Con una preventa que arrancó con depósitos de doscientos dólares y opciones de financiamiento mensual de quinientos, este ayudante robótico viene en tres discretos colores—beige, gris y marrón oscuro—y promete integrarse a la rutina familiar como un miembro más de la casa.
Pero aquí está el giro argumental que la publicidad glamorosa omite: NEO no es completamente autónomo. Al menos no todavía. Y esa dependencia de operadores humanos remotos abre una caja de Pandora sobre privacidad, seguridad y la verdadera naturaleza de lo que estamos comprando.
Robot humanoide: entre la promesa y la realidad
NEO pesa treinta kilogramos y está diseñado para moverse por espacios domésticos con la agilidad de un ser humano. Puede abrir puertas, apagar luces, recoger objetos y navegar por habitaciones sin derribar muebles. Su estructura bípeda le permite acceder a los mismos espacios que nosotros usamos, sin necesidad de adaptar el hogar con rampas o superficies especiales como requieren las aspiradoras robóticas actuales.
La compañía promete que NEO puede ordenar cuartos, doblar ropa y limpiar en tiempo real, adaptándose a las necesidades específicas de cada familia. Su sistema de inteligencia artificial generativa no solo le permite ejecutar tareas físicas, sino mantener conversaciones naturales, responder preguntas sobre cualquier tema y, teóricamente, aprender de cada interacción para volverse más eficiente.
Sin embargo, los videos de demostración revelan una verdad incómoda. Los movimientos de NEO son lentos, a veces erráticos. Una tarea aparentemente simple como doblar una camiseta puede tomarle dos minutos completos. Sus brazos se mueven con la deliberación cautelosa de alguien aprendiendo a cocinar por primera vez, no con la fluidez de un asistente experimentado.
Bernt Børnich, director ejecutivo de 1X, no esconde esta limitación. Al contrario, la presenta como parte del plan. En las etapas iniciales, gran parte del trabajo de NEO será realizado mediante teleoperación: operadores humanos equipados con lentes de realidad virtual y controles de mano guiarán al robot a distancia, como si fuera un avatar de videojuego excepcionalmente caro.
“Si no tenemos tus datos, no podemos mejorar el producto”, explica Børnich con una franqueza que suena tanto a transparencia como a advertencia. La apuesta de 1X es que cada NEO vendido se convertirá en una fuente de información para entrenar su inteligencia artificial. Cada tarea completada, cada error cometido, cada interacción familiar se transformará en datos que alimentarán el aprendizaje colectivo de todos los robots de la red.
Es un modelo brillante desde la perspectiva empresarial: conviertes a tus clientes en beta testers que pagan por el privilegio de entrenar tu producto. Pero desde la perspectiva del consumidor, la pregunta es inquietante: ¿estamos comprando un robot o alquilando un espía corporativo?
Robots haciendo tareas domésticas: el precio oculto de la conveniencia
La idea de robots domésticos no es nueva. Durante décadas, la ciencia ficción nos prometió androides que cocinarían nuestras comidas, limpiarían nuestros pisos y cuidarían de nuestros hijos mientras nosotros descansamos. Lo que 1X está ofreciendo es el primer intento serio de convertir esa fantasía en realidad comercial a escala masiva, con entregas programadas para 2026 en mercados selectos—incluida Argentina—y expansión global prevista para 2027.
Pero aquí está el dilema ético que nadie en 1X parece abordar frontalmente: para que NEO aprenda a trabajar en tu casa, alguien más tiene que poder ver tu casa. Los teleoperadores remotos que guían al robot durante sus primeras semanas o meses en tu hogar necesitan acceso visual completo para maniobrar efectivamente. Aunque la compañía asegura tener sistemas de difuminado automático de rostros y permite restringir zonas específicas del hogar, la realidad es que un extraño tendrá la capacidad técnica de observar tu espacio privado.
Incluso si confinas al robot a ciertas habitaciones y estableces horarios específicos para la teleoperación, el principio fundamental permanece: has invitado a tu hogar a un dispositivo que puede ser operado remotamente por humanos que trabajan para una corporación privada. ¿Qué garantías reales existen de que esas grabaciones no serán hackeadas, filtradas o utilizadas de formas que no autorizaste explícitamente?
La promesa de 1X es que, con el tiempo, NEO se volverá verdaderamente autónomo. Que el aprendizaje automático eventualmente eliminará la necesidad de teleoperadores y cada robot funcionará de manera independiente, procesando órdenes y ejecutando tareas sin supervisión humana externa. Pero ese “eventualmente” es vago, no vinculante y depende de que suficientes personas compren robots de primera generación torpes y lentos para generar los datos necesarios que permitan mejorar las versiones futuras.
Es el clásico dilema del pionero tecnológico: los primeros adoptantes pagan precios premium por productos imperfectos con la esperanza de que su inversión y participación ayuden a crear la versión mejorada que realmente desean. En este caso, esos pioneros también están sacrificando niveles significativos de privacidad doméstica.
Comparado con las aspiradoras robóticas actuales—dispositivos relativamente tontos que mapean tu casa pero no pueden manipular objetos ni ser controlados remotamente por humanos—NEO representa un salto cuántico en capacidades. Pero también representa un salto cuántico en vulnerabilidades potenciales. Una aspiradora robótica puede, en el peor escenario, revelar la distribución de tu casa. NEO puede revelar cómo vives, qué haces, quién te visita y cuándo estás vulnerable.
El modelo de negocio de 1X—veinte mil dólares de pago único o quinientos dólares mensuales—sugiere que están apuntando al segmento alto del mercado, personas con ingresos disponibles que valoran la conveniencia sobre otras consideraciones. Pero incluso para ese segmento demográfico, la pregunta persiste: ¿vale la pena el intercambio?
NEO no es solo un robot doméstico. Es un experimento social sobre cuánta privacidad estamos dispuestos a ceder por la promesa de conveniencia futura. Es una apuesta de que nuestra fatiga con las tareas domésticas es lo suficientemente profunda como para abrir nuestras puertas—literalmente—a la vigilancia corporativa benevolente. Y es el primer paso hacia un futuro donde las líneas entre nuestros hogares y la nube corporativa se vuelven permanentemente borrosas.
El futuro llegó, como dice el eslogan. Pero llegó con cámaras incorporadas y un acuerdo de usuario que quizás deberíamos leer dos veces.







